Epifanía quiere decir que Dios se manifiesta a todos los
hombres, de toda raza, pueblo y nación. Está representada en los Reyes Magos,
hombres misteriosos que llegan a Belén siguiendo una estrella, y vienen para
adorar al Rey del universo.
Los judíos creían, y nosotros también a veces nos parecemos
a ellos, que sólo ellos eran los elegidos, los destinatarios de una promesa se
salvación. Pero Dios no excluye a nadie, quiere que todos los hombres se salven.
El signo de los R. Magos es que Cristo va a ser adorado en
todo el mundo, lo único que necesitamos los hombres es abrirnos a Dios, verlo
como esencial y cotidiano, formando parte de nuestras vidas.
Como dice San Pablo, ya no hay diferencias entre los
hombres, Dios ama a todos por igual, y el mismo Cristo resucitado lo dice: Id
por todo el mundo y anunciad el Evangelio…”
Hoy, nosotros, al celebrar esta fiesta, abrimos nuestro
corazón a todos aquellos que necesitan a
Dios, que no saben que Él está cerca; pero no tenemos que ir a países lejanos
para encontrar a los que han abandonado la fe, a quienes no se sienten capaces
de amar a Dios a pesar de haberlo conocido. Tenemos que ser testigos de Dios en
medio de nuestro mundo, de nuestro pueblo.
El amor de Dios lo puede todo, puede reinar donde el corazón
es más duro, donde no había esperanza. Dios es un puente para unirnos a todos,
y por eso vino a nosotros, para hacerse igual a nosotros y permitirnos recuperar su amistad para
siempre.
Con este espíritu celebramos la fiesta de la Epifanía, el de
ser testigos de Cristo en nuestro mundo,
ser el faro que alumbra el camino que lleva a Dios. Que la Virgen María nos
ayude a ser testigos de su Hijo, en un mundo que está muy desorientado.
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